La carta, de Edith Wharton.


En 1999 y bajo el título de La carta, Ediciones del Bronce publicó cinco brillantes relatos de la gran Edith Wharton: Las fiebres romanas, Los otros dos, El último recurso, Almas tardías y El grano de la granada. En todos ellos encontré –¡no podía ser de otra manera!– la elegante y precisa narrativa de la estadounidense, así como con su soberbia habilidad para la sugerencia. Y, una vez más, sus protagonistas son hombres y mujeres derrotados por la fuerza de las convenciones; personajes sensibles, incluso erráticos, inmersos en relaciones ilícitas o presos de una enorme atrofia emocional: seres encerrados en una ficción social, en una jaula dorada donde las relaciones entre sus componentes se examinan con lupa. 

Por ejemplo, Lydia, la protagonista de Almas tardías (1899), permanece sumida en una existencia matrimonial tediosa, vulgar y vacua, por lo que un día decide abandonar a su marido para fugarse junto a un escritor llamado Gannett. Su más ferviente deseo es volar libre: no quiere casarse ni atarse a ningún lugar, quizás para luchar contra las más que cuestionables convenciones sociales que la constriñen; para huir de un mundo en el que imperan las apariencias y donde los chismes y el racismo están a la orden del día. Sin embargo, y como le recuerda su pragmático amante, mientras esas convenciones rijan el mundo sólo podrá encontrar un modus vivendi a través de la protección de esa jaula dorada. Esto conlleva la derrota moral de la gente como Lydia: sólo los espíritus menos sensibles son capaces de proseguir de forma acomodaticia en el interior de la jaula, pues sus aspiraciones no están reñidas con lo que esa sociedad les permite.

Tan pragmático como el amante de Lydia es el tercer marido de Alice, pareja protagonista de Los otros dos (1904), un relato en el que se muestra que la sociedad estadounidense aún no se había adaptado a las consecuencias que entrañaban los cada vez más frecuentes divorcios. 

Paul Garnett, el narrador de El último recurso (1908), se pregunta si es posible que crezca algo bello y fresco en ese ambiente hipócrita y pestilente en el que él mismo acaba enredado, pues termina ciertamente implicado en las tretas que pone en marcha la señora Newell para salir del ostracismo al que había sido condenada por la alta sociedad. En este relato, y al igual que hiciera su maestro Henry James, Edith Wharton contrapone la vida europea a la americana, como sus diferentes visiones del divorcio –aunque, en esencia, la misma...–.  

En El grano de la granada (1936), Charlotte Ashby se casa con un viudo que parece esconder un terrible secreto: al amparo del retrato de su fallecida esposa, Kenneth recibe nueve cartas misteriosas que lo imbuyen en un estado de extrañamiento y profundo sufrimiento. Nueve cartas que remueven, con la fuerza de un terremoto, los cimientos sobre los que se asienta su relación con Charlotte. El ambiente de este relato y la presencia de cierta toque espectral me recordó al que poco después presentaría Daphne du Maurier en Rebeca (1938)

El relato que más me gustó fue Las fiebres romanas (1936), donde se nos presenta a dos mujeres que, en su plena madurez, conversan en la terraza de un restaurante romano mientras contemplan la majestuosidad lejana del Coliseo. De hecho, es la augusta y alargada sombra de este monumento la que suscita en las damas unos recuerdos plagados de rencor y dolor. Parece que las frías y húmedas condiciones del Coliseo favorecían la propagación de enfermedades infecciosas –el cólera, por ejemplo–, y es allí donde también se infectó la amistad de las señoras Slade y Ansley debido a una maliciosa y fatal carta. El Coliseo se convierte así en un personaje más que nos habla sobre las ruinas de la memoria y de lo difícil que es conocer bien a una persona. Edith Wharton despliega en este relato su magistral habilidad para la creación de ambientes y para el manejo de los símbolos y del suspense. Seguí completamente expectante la conversación entre estas dos mujeres como si se tratase de una intensa partida de ajedrez: cuando parece que las piezas negras ya tienen el juego ganado, un penoso movimiento provoca que el rival ejecute un jaque mate soberbio. ¡Qué final tan maravilloso tiene este relato, amigos lectores! 

No puedo más que seguir recomendando a esta maravillosa autora. ¡No os perdáis los excelentes escritos de Edith Wharton! 💙

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