Cartas de amor de un sexagenario voluptuoso, de Miguel Delibes.



La situación que vive Eugenio Sanz Vecilla, protagonista de Cartas de amor de un sexagenario voluptuoso (1983), bien podría acontecer –y, de hecho, acontece– a día de hoy, ya no tanto por cartas manuscritas como a través de las redes sociales, servicios de mensajería y otro tipo de aplicaciones que han llegado a nuestras vidas para quedarse. Evidentemente, este tipo de herramientas han facilitado la conexión entre las personas de forma sustancial y, si se utilizan adecuadamente, permiten la transmisión de conocimientos valiosos a gran escala –si estas redes se usan más bien para la difusión de tonterías a nivel global, no es tanto culpa de la herramienta como de quienes la manejan…–. Sin embargo, también es cierto que pueden abrir las puertas a los engaños, los equívocos o los malentendidos: el usuario no sabe quién se encuentra al otro lado de la pantalla, ni tampoco tiene la certeza de que lo que su interlocutor le cuenta es verdad. Esto último le sucede, sin tanta sofisticación tecnológica, a Eugenio Sanz Vecilla, un periodista jubilado y solterón que, tras ver un apetecible anuncio en el consultorio sentimental de una revista, comienza a cartearse con una mujer desconocida y algo más joven que él. 






Así, en esta novela epistolar encontramos las cuarenta y dos misivas que, desde abril a octubre de 1979, Eugenio dirigió a su misteriosa y huidiza interlocutora. Por lo tanto, sólo podemos intuir la actitud de la mujer a través de las cartas de Eugenio, epístolas cuyo encabezado y cierre nos revelan muy a las claras la evolución de esta historia de amor que bien podría calificarse de tragicómica. Cada una de esas misivas añade una pincelada más al retrato vital de Eugenio, en el cual predomina una paleta terrosa y gris conformada por la mezcla de disgustos políticos y profesionales, una honda nostalgia por el pasado y no pocas frustraciones. Y es que la franqueza con la que Eugenio escribe, casi siempre para justificarse ante las acusaciones y maliciosas preguntas que, suponemos, le formula su interlocutora, nos permite sumergirnos en sus pensamientos y anhelos más profundos. Pronto advertimos que este jubilado es víctima de la soledad y de las dificultades para establecer relaciones de pareja en la senectud, una etapa en la que, como nos muestra el cada vez más voluptuoso narrador, no desaparecen las –llamémoslas así– apetencias amorosas.


Quizás estas dificultades estén determinadas, en el caso de Eugenio, ya no sólo por su edad cuanto por su carácter acomplejado, sus numerosos miedos y su extraña relación con las mujeres: él mismo afirma no haber mantenido relaciones con mujer alguna y confiesa sus ambiguos sentimientos hacia una de sus hermanas, unas declaraciones que, evidentemente, no le hacen ninguna gracia a Rocío, que así se llama su interlocutora. Asimismo, Eugenio le comenta cuestiones tan románticas y seductoras –nótese la ironía– como su glotonería, sus manías y sus frecuentes episodios de acidez estomacal, todo ello con un lenguaje claro y llano –de pueblo, dice el narrador– que no hacen sino disgustar a la urbanita mujer que pretende conquistar. Sí: en la cabeza de Eugenio, el tema del reflujo gástrico se erige como una espectacular y sincera estrategia de conquista amorosa. Este personaje puede despertar sentimientos encontrados en el lector, pues su sinceridad y franqueza causan simpatía en ocasiones, pero en otras da lástima y, por momentos, suscita un franco rechazo: el ser humano es así de caleidoscópico y Eugenio no es ningún héroe, sino un pobre hombre fracasado y poco agraciado que siempre se arrimó al sol que más calentaba.


A medida que avanzan las misivas, podemos percibir que Rocío cuenta con más información de la que Eugenio le proporciona: a ojos de los lectores, la sevillana comienza a resultarnos desagradable y tremendamente sospechosa, aunque no sabemos muy bien el porqué. Sin embargo, Rocío es para Eugenio un dechado de virtudes, por lo que sus horas transcurren imaginando ideales encuentros con ella. En este estado de enajenación amorosa, Eugenio llega a proponerle a Rocío una cita telepática a la luz de la luna y con la Serenata nº 13 de Mozart de fondo: el pobre infeliz se abraza, como tantas otras veces en su vida, a un ideal que perdura hasta que es menester tocar las apariencias con la mano. Y es entonces cuando las citas telepáticas son sustituidas por una cita con la realidad.
 
 

🎵 (La Serenata nº 13 para cuerdas en sol mayor –Eine kleine Nachtmusik–, K. 525, fue compuesta por el gran Wolfgang Amadeus Mozart en 1787, año en el que también se fecha su ópera Don Giovanni. Aquí os dejo esta bellísima interpretación del Gewandhaus Quartet en 2005). 🎵



En definitiva, Cartas de amor de un sexagenario voluptuoso es una novela epistolar de lectura muy ágil y que, como no podía ser de otra manera, está escrita maravillosamente, con esa capacidad que tenía Miguel Delibes para llegar al fondo de la cuestión –y del alma humana– llamando a las cosas por su nombre, sin andarse con rodeos. Asimismo, nos presenta una historia de amor tragicómica protagonizada no por bellos y apasionados héroes, sino por dos personas maduras, cobardes y poco agraciadas. Por último, y además de tratar los peligros de una relación a ciegas, en la que la ausencia de comunicación no verbal y de información veraz puede dar lugar a graves malentendidos, este libro expone un tema marginal (o del que se habla muy poco). Y es que en una sociedad que cada vez es más ingrata con la senectud, a la que da triste y flagrantemente de lado, Eugenio Sanz Vecilla nos demuestra que los ancianos también buscan el placer corporal, la aceptación y la seguridad emocional de sentirse queridos. Porque el cuerpo envejece, pero el corazón sigue sintiendo con intensidad y la mente, si no hay enfermedad que lo impida, permanece joven.

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