La forma de su huída.


Caminar a través de la rosaleda persiguiendo una mariposa de luz, un profundo anhelo de infinitud. Y así poder, como la alondra, iniciar el vuelo de la tierra al cielo. En este hermoso viaje poético que es Piedra y cielo (1919), Juan Ramón Jiménez busca hallar ese camino hacia la eternidad a través del poema puro, al que designa mediante la metáfora de la rosa. Pero, para eternizarse, el poema debe prescindir de lo anecdótico, de la historia y hasta del propio autor, que quiere fundirse con su poesía, con el todo. En este sentido, lo que los versos de este poemario –tan profundos y complejos bajo su aparente sencillez– nos revelan es el sentido que el poeta español otorga al poema, así como las dificultades inherentes al absorbente pero gratificante proceso creativo.

 

El poemario, que está dedicado al filósofo José Ortega y Gasset, se articula en tres partes:

 

- «Piedra y cielo: I», que consta de cincuenta y cuatro poemas.

- «Nostaljia del mar», compuesta por quince poemas.

- «Piedra y cielo y II», conformada por cincuenta poemas.

 

Todos los poemas están construidos con un abundante y bellísimo léxico procedente del mundo de la naturaleza: leer a Juan Ramón Jiménez es siempre una invitación a detenerse en la inmensidad de lo sencillo, de lo pequeño, de lo breve. De este modo, para lograr un poema/rosa debe arrancar de raíz la mata o, lo que es lo mismo, el tesoro que permanece oculto en los rincones de su alma. Dicha acción supone el inicio del acto creativo, su amanecer, el cual cesa con la llegada de la noche y su consiguiente falta de luz, de escritura. No obstante, ese silencio nocturno no es improductivo, sino inspirador, ya que el cielo se muestra como un tapiz en el que las estrellas brillan como una promesa de luz: el sueño donará al poeta «una guirnalda de secretos / verdes, puros, azules» (p. 154) que coronarán su frente al despertar.

 

Cuando el poeta no puede consumar el acto creativo, pareciera que se ahoga: «parece que me están reteniendo el corazón» (p. 112). Y es que no es fácil alcanzar la «mariposa de luz», de la que «¡sólo queda en mi mano / la forma de su huída!» (p. 189). Sin embargo, cuando es capaz de sacar a la luz lo que permanece envuelto en las sombras nocturnas, el poeta siente gozo y alegría:

 

 

«¡Qué goce, corazón, este quitarte, / día tras día, tu corteza, / este encontrar tu verdadera forma, / tierna, desnuda, palpitante, / con ese encanto hondo, imán eterno, / de las cosas matrices» (p. 134).

 

«(…) –¡Oh, yo, qué rico, regalando a todos, / todo lo que recojo y cambio con mis sueños!– / ¡Qué alegría este vuelo cotidiano, / este servicio libre, / de la tierra a los cielos, / de los cielos, ¡oh, pájaro!, a la tierra!» (p. 197).

 

 

Para finalizar, quiero resaltar la influencia que este poemario tuvo en la literatura, sobre todo en Colombia. Fue en este país hispanoamericano en el que el poeta Jorge Rojas fundó, en 1939, el movimiento poético Piedracielismo, en cuya revista, Cuadernos de Piedra y Cielo (1939 – 1940), participaron autores como la poeta Meira Delmar. De hecho, el gran Gabriel García Márquez consideró a este grupo como una influencia fundamental en sus inicios como escritor. 

 

 

«Alma, ¿hasta dónde / llegarás, muerto yo?» (p. 140). 

 

💙

Comentarios

Entradas populares