Novela de ajedrez.

 

«Se trata de una historia bien complicada, y que por otra parte no puede dejar de ser considerada como una pequeña contribución a esta encantadora época en que vivimos» (pág. 40).

Novela de ajedrez, de Stefan Zweig, fue publicada póstumamente en 1943, poco tiempo después de que el autor decidiera poner fin a su vida. Por tanto, esta breve obra es, desgraciadamente, el último testimonio de la elegante escritura y la impresionante capacidad para plasmar sentimientos que tan bien caracterizaron al austríaco. La trama se desarrolla en un transatlántico que zarpa de Nueva York con rumbo a Buenos Aires. En él viaja el innominado narrador, quien pronto se entera de que el campeón mundial de ajedrez, Mirko Czentovic, también se encuentra a bordo. Al margen de su gran talento para el ajedrez, Czentovic es un hombre tosco, grosero, arrogante y, al parecer, de muy limitadas dotes intelectuales; un hombre cuyo «genio específico aparecía enquistado en una desidia intelectual absoluta, como una sola veta de oro entre quintales de roca estéril» (pág. 19). Este extraño cóctel genera una curiosa fascinación en el narrador, el cual planea la forma de acercarse al afamado ajedrecista.

 

«¿No es acaso lo más fácil del mundo considerarse un gran hombre cuando no se tiene ni la menor idea de que hayan existido alguna vez un Rembrandt, un Beethoven, un Dante, un Napoleón? En el estrecho recinto de su cerebro lo único que cuenta es que, desde hace meses, no ha perdido una sola partida, y como ni sospecha que puedan existir en este mundo otros valores que no sean el ajedrez y el dinero, no le faltan razones para sentirse pagado de sí mismo» (pág. 15).

 

El narrador logra su objetivo gracias a Mr. McConnor, un fanfarrón escocés que pacta una serie de partidas con Czentovic a cambio de una sustanciosa suma de dinero. A estas partidas se unen tanto el narrador, como otros pasajeros aficionados al ajedrez, si bien pierden una partida tras otra hasta que aparece el señor B. Y es que este misterioso austríaco consigue finalizar una partida en tablas para sorpresa del campeón mundial y del resto de espectadores, quienes se maravillan de su juego «a ciegas», esto es, que proyecta con anticipación todos los movimientos en un tablero imaginario. Aunque el señor B. se disculpa y se marcha diciendo que hace veinticinco años que no juega al ajedrez, los pasajeros desean que se enfrente a Czentovic una vez más, por lo que eligen al narrador, que también es austríaco, para que le convenza.

 

«La cabeza, de rasgos marcados, descansaba con gesto de leve cansancio en una almohada; una vez más me llamó la atención la extrema palidez de aquel rostro relativamente joven, cuyas sienes ceñían unos cabellos de deslumbrante blancura; tuve, no sé por qué, la sensación de que aquel hombre debía de haber envejecido de golpe» (págs. 38-39).

 

Es a partir de este momento cuando el lector conocerá la vida del señor B. y cómo logró ser el gran ajedrecista que es tras vivir un infierno a manos de la Gestapo. La cruda historia del señor B. hará sentir al lector la angustiosa ansiedad de los largos interrogatorios, así como la insana rumiación del recluido en las habitaciones-celdas. Pero también podrá advertir que la necesidad agudiza la inventiva y que ciertas conductas obsesivas se alzan como un arma de doble filo: por un lado, protegen al recluido del horror que está viviendo, pero, por otro, lo lanzan a un nuevo infierno, a un nuevo trauma que será prácticamente imposible de superar.

 

«Y por otra parte... por otra parte el médico me advirtió... me lo advirtió expresamente. Todo el que ha sido víctima de una manía puede recaer en ella en cualquier momento…» (pág. 81).

 

La partida entre el señor B. y Czentovic resulta muy interesante, sobre todo por el contraste intelectual y de carácter que se establece entre ambos jugadores: movimientos rápidos y lentos, inmovilidad y agitación, calma aparente…, estrategias muy parecidas a las que estaban ejecutándose en el tablero de ajedrez mundial cuando Zweig escribió esta breve novela pero tan llena de significado. Y es que es prácticamente imposible salir indemne de una época demencial: perder la identidad de la noche a la mañana, tener que huir de la patria amada, es algo terrible. 

 


💙 El óleo que encabeza la entrada se titula La partida de ajedrez (1555) y es obra de la pintora Sofonisba Anguissola.

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