Una lectora nada común.


Como buena amante de la lectura que soy, no pude evitar sentirme identificada con muchos de los pasajes de Una lectora nada común (2007). En esta sencilla y jovial novela, el británico Alan Bennett nos cuenta el modo en el que la reina de Inglaterra termina convirtiéndose, por una simpática casualidad y para desgracia de su entorno, en una lectora voraz que confecciona interminables listas de libros pendientes y realiza anotaciones mientras lee.

 

Uno de los aspectos sobre los que invita a reflexionar esta novela es el de la importancia de seleccionar los libros adecuados a la hora de fomentar el gusto y el hábito de la lectura. Inicialmente, la reina no sabe muy bien qué leer y elige una novela de Ivy Compton-Burnett que le resulta un soberano tostón, al igual que las de George Eliot y Henry James. Si su amanuense no le hubiese aconsejado otras obras, «habría podido abandonar la lectura para siempre (…). Habría pensado que los libros dan trabajo». Sin embargo, con el tiempo logró apreciar y disfrutar las novelas de los autores citados porque «leer era, entre otras cosas, un músculo que ella, al parecer, había desarrollado».

 

Desde luego, esto no resulta en absoluto baladí. No son pocas las personas que manifiestan detestar alguna de las grandes obras de la literatura universal porque fueron obligadas a leerlas a destiempo, durante su época estudiantil. A este respecto, el gran Miguel Delibes, siempre tan esclarecedor, comentaba: «me habían destetado los “baberos” con el ‘Quijote’, cosa que me parece un error (…). Le cogías una cierta aversión. Yo no entré en el ‘Quijote’ hasta después de cumplir los veinte años» (Goñi, 2020: 40-5). Si bien en la actualidad hay algún que otro escritor defendiendo el mito de los niños lectores de la Ilíada y de los textos bíblicos, en esta vida hay momentos para todo y libros como Fray Perico y su borrico o El Pirata Garrapata son totalmente necesarios (¡gracias, querido Juan Muñoz!). Por otro lado, en el libro podemos advertir también una cierta crítica al imperio de lo políticamente correcto cuando sir Kevin sugiere a la reina, quien siente una pasión inmensa por los clásicos británicos, la lectura de «libros étnicos» con el objeto de ofrecer una imagen más moderna de la institución de la monarquía y congraciarse así con el gran público.

 

En definitiva, Una lectora nada común es una ligera y agradable novela sobre el poder de los libros, esos artefactos que desarrollan la imaginación y la empatía. Y es que, tal y como señala la protagonista, «los libros no hablan de pasar el tiempo. Hablan de otras vidas. Otros mundos. En vez de querer que el tiempo pase, sir Kevin, ojalá dispusiéramos de más».

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