La hermana San Sulpicio.


Armando Palacio Valdés publicó La hermana San Sulpicio en 1889, novela que pronto cosechó un gran éxito entre los lectores de todo el mundo. Tras concluir su lectura, puedo comprender el porqué fue tan querida por el público de la época. ¡Y es que no fueron pocas las veces que esta novela de Palacio Valdés me hizo sonreír! Las descripciones paisajísticas del inicio parecen preludiar el tono lúdico que caracterizará al libro hasta el final:

 

Una banda rojiza y cárdena que se extendía por el Oriente daba al cielo un aspecto fantástico de panorama de feria (pág. 22).

 

La hermana San Sulpicio es la historia de los accidentados amores de un poeta gallego y una monja sevillana. Es el propio poeta, Ceferino Sanjurjo, quien narra cómo se enamoró de Gloria Bermúdez, una novicia de carácter desenfadado y cuya penetrante mirada consiguió alterar varios corazones. Esta narración en primera persona, a modo de autobiografía, sirve para imprimir una mayor verosimilitud a las noticias referidas. Además, el narrador busca la complicidad del lector contándole no sólo las escenas en las que resultó favorecido, sino también aquellas en las que erró o quedó en ridículo, reflexionando al tiempo sobre su modo de proceder en dichos lances.

 

La acción se desarrolla en Sevilla, hermosa ciudad que el narrador describe de una forma vibrante y pictórica. No será difícil para el lector imaginar las calles estrechas, tortuosas y desiguales de la capital andaluza; los patios columnados de sus casas, siempre rebosantes de flores; la viva luminosidad de su cielo flamígero, y la constante animación de sus gentes. En este último punto, cabe destacar el amplio abanico de personajes que el narrador hace desfilar por la que otrora fuera Puerto de Indias, cuyos hilos enhebra y borda sobre la trama con total naturalidad y eficiencia. Desde el ambiente más mojigato al dominado por calaveras y tunantes de toda clase, pasando por las amenas tertulias nocturnas, las penurias de la clase trabajadora y la corrupción de ciertos políticos y eclesiásticos: todo aparece y se desarrolla en su justo momento, sin resultar artificioso y sin desconectar al lector de la trama principal.

 

Si hay algo que esta novela plasma muy bien es el modo en que surgen, entre dudas y nervios, las historias de amor, uno de cuyos pasos iniciales suele consistir en el intercambio, por parte de los enamorados, de diversos relatos sobre sus propios orígenes. Para ello, es condición necesaria que el otro muestre interés, que participe activamente en la narración y no se dedique, simplemente, a padecerla. La intensidad con la que viven Gloria y Ceferino sus conversaciones al pie de la reja es tal que el narrador, quizás lanzándole una pulla a los enamorados del Romanticismo, señala:

 

Tampoco reparé esta vez si las estrellas centelleaban allá arriba con suave fulgor, ni si la luz de la luna se filtraba por el laberinto de las calles oscuras, manchándolas aquí y allá con jirones de plata. Llevaba yo dentro del alma un sol radiante que me ofuscaba y me impedía observar tales menudencias (pág. 236).

 

Y, hablando de pullas literarias, el narrador tampoco se olvida de lo que él califica como «grosero naturalismo» (pág. 48), pues «las descripciones, cuando se abusa de ellas, van directamente al estómago y se sientan en él» (pág. 17).

 

Lo cierto es que La hermana San Sulpicio es una novela ágil e inteligentemente construida. Un libro lleno de humor, pero en el que también se tratan temas tan graves como el maltrato hacia la mujer o el estigma de la solterona –el convento o el matrimonio eran las únicas vías posibles de realización para la mujer–. Un autor, Armando Palacio Valdés, cuyas obras son poco leídas en la actualidad y que, desde aquí, os invito a conocer.

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