Un secreto sin confidente es una enfermedad mortal.


 

Ahora que al fin tengo algo más de tiempo, vuelvo a escribir en el blog desde mi pequeña pero acogedora biblioteca. Por la ventana penetran los rayos del reconfortante sol primaveral y puedo vislumbrar el verdor de las florecientes hortensias. A mi lado no sólo tengo un delicioso café, sino también mi libreta con las anotaciones de las lecturas realizadas durante esta temporada en la que me mantuve ausente de mi rinconcito virtual, un espacio que estimo por cuanto me relaja reflexionar y escribir sobre los libros ya leídos: rememorar las aventuras vividas con esos eternos compañeros de viaje.

 

Mediante esta publicación pretendo ir poniéndome al día con el blog, reseñando algunos de los libros que leí desde abril hasta el día de hoy, ya en la primera semana de junio. Una de dichas obras es breve en extensión, pero rebosa todo ese imaginario romántico que tanto me gusta. Además, supuso mi reconciliación con una autora francesa que, en su día, me pareció pedante y malintencionada por sus comentarios hacia la bella isla de Mallorca y las gentes de mi país –espero releer el libro, Un invierno en Mallorca, para poder escribir la reseña–. Sí, estoy hablando de George Sand y, en esta ocasión, de su novela Las damas verdes (Les dames vertes, 1857).

 

En ella, Justo Nivieres nos relata los sucesos que vivió veinte años atrás –estamos en 1788–, cuando era un joven abogado de veintidós años que tenía la misión de representar a la señora de Ionis en su enfrentamiento legal contra la familia Aillane. Para poder recabar toda la información necesaria, Nivieres se aloja durante unos días en la ostentosa mansión de los Ionis, donde le impresiona una bella fuente de estilo renacentista «habitada» por marmóreas ninfas y nereidas. El narrador atribuye esta fuente, que tanta importancia tendrá en el transcurso de la trama, al escultor Jean Goujon (1510 – 1568), sosteniendo que no se ha apreciado la estatuaria francesa «cual merece y que coloca a la Francia de esa época al lado de la Italia de Miguel Ángel» (p. 32). 

 

 

«Las esbeltas proporciones, la delicada redondez, la finura en la fuerza; algo, en fin, más bello que la misma naturaleza; algo que empieza sorprendiéndonos como un sueño y que gradualmente va ganando el más noble entusiasmo de nuestro espíritu» (p. 32).


 

En este artístico espacio, el joven Nivieres no tarda en quedarse prendado de la bella Carolina de Ionis, una mujer a la que arruinó el libertinaje de su no tan agraciado marido. De hecho, la única fortuna que conserva Carolina es un inmueble cedido a los Aillane, familia a la que ella estima y a la que, por ende, no quiere desfavorecer ni deshonrar con una disputa legal. Sin embargo, su esposo no piensa lo mismo y, aunque la potestad marital atribuía al marido todo el poder sobre la persona y los bienes de su mujer, Carolina hará todo lo posible para salirse con la suya. Por ello está allí Nivieres, quien cree poder llevar a buen puerto el pleito… hasta que comienza a advertir comportamientos y sucesos extraños en la mansión de los Ionis. ¿Es posible que a Justo, un hombre tan racional y descreído como él, se le hayan aparecido tres damas ataviadas de verde durante la noche? ¿Tres mujeres que, por lo que se dice, fueron asesinadas tiempo atrás y que ahora se dedican a explicar el porvenir a quienes se alojan en su antigua habitación, decorada al más puro estilo Luis XV?

 

Nivieres, siguiendo la estela de los pensadores de la Ilustración, intenta explicar dicha aparición de forma racional, pues «la moda era tomar las cosas fantásticas no por su aspecto artístico, sino por su lado ridículo. Empezaba uno a sentirse orgulloso de no creer ya en los cuentos de nodriza, en las supersticiones propias de las veladas pasadas al amor de la lumbre» (p. 18). Y digo que intenta explicarla porque, finalmente, acaba cayendo bajo el influjo de las damas verdes, olvidando su amor por la señora de Ionis para acabar enamorado de una sombra, de una dulce quimera que lo sumerge en un estado de alegría delirante y lo conduce por el camino que habrá de convertirlo en el más desdichado de los jóvenes.

 

El modo en que Sand desarrolla y culmina esta trama me ha parecido una intrigante delicia, y disfruté muchísimo de todos aquellos ingredientes que, como la exaltación de la imaginación, la inspiración en la mitología grecolatina y la primacía de lo emocional sobre la objetividad a la hora de describir la realidad, son propios de la magnífica literatura romántica. A través de esta narración, en la que Nivieres nos hace transitar entre lo onírico-delirante y lo real, se tratan temas como la confrontación entre la burguesía y la nobleza; el debate entre lo racional y lo inexplicable; la pasión amorosa; la reparación del honor lesionado; la situación de la mujer dentro del matrimonio, y la necesidad de expresar todo aquello que nos asola para poder cauterizar las heridas del alma, «pues un secreto sin confidente es una enfermedad mortal» (p. 99).

 

Definitivamente, me he reconciliado con Amantine Dupin/George Sand: Indiana y Tamarís serán mis próximas paradas lectoras en la obra de esta escritora.


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