Referencias artístico-musicales (I): Lágrimas en la lluvia, de Rosa Montero.

 


El pasado lunes, mientras escuchaba el programa Café Zimmermann de Radio Clásica, volví a pensar en la androide Bruna Husky, la protagonista de Lágrimas en la lluvia. Cuando sonaron las primeras notas del segundo movimiento de la «Sonata para piano nº 3 en fa menor Op. 5» de Johannes Brahms –mi adorado Brahms–, recordé una escena en la que la detective escucha un concierto para piano del gran compositor alemán. Después comencé a pensar en el hecho de que, en un futuro distópico como el que crea Rosa Montero, en el que la tecnología ha invadido todos los ámbitos de la vida en la Tierra y ha permitido explorar nuevos planetas, dos elementos permanecen inmutables: el arte y la música, que siguen conmoviendo profundamente a los humanos –y a los humanizados androides–.

 

A lo largo de esta entrada, que pretende ser el inicio de una serie de publicaciones en las que aborde las referencias artístico-musicales que contienen los libros que vaya leyendo, voy a comentar cuáles son las principales obras citadas en la novela Lágrimas en la lluvia (2011), de Rosa Montero –la reseña del libro la tenéis en el siguiente enlace–.  

 

 

1. Blade Runner (1982), de Ridley Scott.

 

 

Evidentemente, la primera obra que hay que comentar cuando hablamos de este libro es Blade Runner (1982), de Ridley Scott, película en la que Montero se inspira y de la que toma una significativa frase para intitular su novela. Así, se indica que los androides son conocidos como replicantes debido a «un término sacado de una antigua película futurista muy popular en el siglo XX» (p. 22). 

 

Esta película se ha convertido en un clásico del cine de ciencia ficción por su innovadora representación de un futuro distópico y por su genial estética cyberpunk, la cual ha sido imitada en innumerables películas, series de televisión, videojuegos y obras de arte. De hecho, la oscura y futurista ambientación de la ciudad de Los Ángeles en 2019 sigue siendo toda una referencia visual icónica en la cultura popular. Además, este largometraje aborda profundos temas filosóficos y éticos: como los replicantes son androides con emociones y deseos humanos, se plantea cuál es la naturaleza de la identidad y la humanidad, reflexionando al tiempo sobre la responsabilidad ética hacia las formas de vida artificial. 

 

Todos estos temas son también ampliamente tratados en la novela de Montero, en la que se menciona explícitamente la escena en la que la replicante Pris combate contra Deckard, y, cómo no, el parlamento final de Roy que da título al libro: 

 

«Era una obra extraña y bienintencionada hacia los reps, aunque le resultó algo irritante: los androides tenían poco que ver con la realidad y, por lo general, eran más bien estúpidos, esquemáticos, aniñados y violentos. Por no mencionar a una tecno rubia que daba volteretas como una muñeca articulada. Aun así, había algo profundamente conmovedor. Bruna se había aprendido de memoria el parlamento que decía el rep protagonista antes de fallecer, en la lluviosa azotea» (p. 240). 

 


 

2. El Hombre de Vitruvio (1492), de Leonardo da Vinci.

 

La androide protagonista atesora una reproducción del famoso Hombre de Vitruvio (1492), de Leonardo da Vinci, un dibujo anatómico realizado con tinta y pluma que representa las proporciones matemáticas del cuerpo humano. En la segunda mitad del siglo XV, los artistas consideraban indispensable el conocimiento exacto de las proporciones humanas, pero ninguno se ocupó de forma tan exhaustiva del tema como lo hizo Leonardo da Vinci.

 

 

Para realizar su famoso hombre vitruviano, el artista renacentista siguió –y corrigió– los cánones clásicos descritos por el arquitecto Vitruvio en el tercer libro de su tratado de Arquitectura, donde el romano estableció que un hombre con los brazos y las piernas extendidos podía ser inscrito igualmente en las figuras geométricas del cuadrado y del círculo, de modo que el centro del cuerpo humano estaría constituido por el ombligo. Sin embargo, para Da Vinci, que parte de las mediciones del cuerpo humano obtenidas empíricamente, solo el centro del homo ad circulum se encuentra en el ombligo, ya que el del homo ad quadratum se encuentra justo sobre los genitales externos. 

 

El Hombre de Vitruvio puede que sea el dibujo más conocido que existe. 

 

 

3. Señora escribiendo una carta con su criada (1671), de Johannes Vermeer.

 

La androide también contempla una reproducción de Señora escribiendo una carta con su criada (1671), de Johannes Vermeer, óleo que despierta en ella ciertos recuerdos. Y es que el arte nos permite explorar nuevas perspectivas, comprender la realidad, generar empatía y dar rienda suelta a nuestras emociones y pensamientos más profundos.

 

 

El gran maestro holandés representó en numerosas ocasiones a mujeres leyendo o escribiendo cartas, presumiblemente de amores más bien secretos y de los que, en el caso del cuadro que nos ocupa, la criada de la dama estaría al tanto. Mientras su señora escribe, la criada mira hacia una ventana en la que bien podría estar representada la alegoría de la templanza que aparece en otros cuadros de Vermeer, un claro recordatorio que invitaría a la mujer a controlar sus afectos. El cuadro situado en la pared parece ir en esta línea, pues representa el descubrimiento de Moisés en el Nilo, una historia que pudiera recordar a la mujer la práctica de abandonar a los niños concebidos en relaciones extramatrimoniales.

 

Cito a continuación la bella descripción que del cuadro hace la androide, con las evocaciones que le suscita:

 

«Tomó un sorbo de vino y miró su reproducción de Señora escribiendo una carta con su criada. La criada estaba esperando con los brazos cruzados a que su ama acabara de escribir, sin duda para llevarse después la carta. No tenía prisa; mientras aguardaba no estaba obligada a trabajar, era un pequeño descanso en sus labores. Se trataba de una chica joven, de rostro rollizo; permanecía de pie al fondo del cuadro y miraba con tranquilo placer por la ventana, por la que entraba una luz limpia y matinal. Fuera debía de hacer un día hermoso. La muchacha disfrutaba con naturalidad de la alegría del sol, de su juventud y su salud, de la perfecta serenidad de ese momento. La plenitud de la vida en un instante. A Bruna le conmovía ese cuadro porque era como ver un pedazo de tiempo fuera del tiempo. Le hacía sentirse como se sintió aquella noche de lluvia junto a Merlín. Aquella noche, mientras su amante moría, ella fue inmortal. Casi como un humano» (pp. 242 – 243). 




 

4. Conciertos para piano, de Johannes Brahms.

 

Ya comentamos líneas más arriba que, en una escena del libro, Bruna Husky escucha un concierto para piano de Brahms. La música, en tanto que lenguaje universal que trasciende todas las barreras lingüísticas y culturales, tiene el extraordinario poder de llegar al corazón de las personas, emocionándolas de un modo que ninguna otra forma de expresión ha podido lograr. De hecho, la música puede potenciar o modificar el sentido de una imagen, tal y como podemos comprobar en el cine, y ya vemos reflejado en el mito de Orfeo que sólo la música amansa a las fieras. En un mundo como el actual, sometido a rápidos e incesantes cambios, un concierto de Rachmaninov nos invita a alejarnos del mundanal ruido; entre el ajetreo y las complicaciones de la vida diaria, la obra pianística de Chopin supone un remanso de paz en medio del caos y la inmediatez. Además, las ciencias han dedicado numerosos estudios a los positivos e impresionantes efectos que la música ejerce sobre nuestro cerebro: ¡por algo será! 

 

 

En cuanto a los conciertos para piano de Johannes Brahms, constituyen una parte fundamental del repertorio pianístico y una verdadera joya de la literatura musical. Tanto el «Concierto para piano nº 1 en Re menor, op. 15» como el «Concierto para piano nº2 en Si bemol mayor, op. 83», destacan por su riqueza armónica, su delicado lirismo y su virtuosismo.

 

 

4. Vals de la Suite Mascarada (1941), de Aram Jachaturián. 

 

 

Cuando Bruna Husky acude a una discoteca construida con la más sofisticada tecnología y en la que se reproduce la gravedad lunar, se pone a bailar con un humano, el memorista Pablo Nopal, al compás ¡del vals de la suite Mascarada, de Aram Jachaturián! El genial compositor soviético –de origen armenio– compuso la citada suite en 1941 como música incidental para el drama homónimo de M. Lérmontov y, como vemos en la novela, la belleza de su enérgico vals es capaz de conquistar hasta a los androides. Con su compás ternario y la elegancia de sus giros melódicos, el citado vals evoca imágenes de sofisticados bailes de máscaras, una atmósfera que, por otra parte, resulta muy adecuada para unos personajes que buscan incesantemente su verdadera identidad y el sentido de su existencia.

 

Y, por cierto, en ese Madrid ultratecnológico del siglo XXII que dibuja Rosa Montero, Mirari, una violinista con la que contacta Husky, sigue atesorando y tocando un violín Steiner del siglo XVII: la potencia sonora, la calidez y brillantez de dichos instrumentos parece que no ha podido ser superada (luthier austríaco del Barroco 1000 – máquinas 0). 

 

 

Queda claro que, por mucho que el mundo cambie, las obras inmortales de los grandes artistas son capaces de trascender cualquier avance tecnológico y siempre serán una fuente inagotable de inspiración, consuelo, reflexión y contemplación para los seres humanos. Ninguna máquina puede ni podrá sustituir completamente la esencia y el valor del arte y la música, esto es, la humanidad, la creatividad y la emoción de unas manifestaciones que siempre serán necesarias para alimentar nuestro espíritu, para enriquecer nuestra alma.


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