Duermen bajo las aguas.

 

A veces los sentimientos pueden alternar, mutar, envejecer. A veces ocurren cosas que estaban fuera de programa, momentos en los que la vida nos exige interpretar complejas partituras a primera vista y sin previo aviso. No importa el que se haya forjado una vida a la medida de los propios ensueños: la vida es indómita y no se deja encauzar. Lo imprevisto puede ser un suceso seductoramente encantador o quizás algo sumamente nefasto.

Al igual que los viejos esqueletos de los barcos hundidos, todo lo que fue y lo que pudo haber sido duerme bajo las aguas al abrigo del tiempo, de la memoria y, por consiguiente, del olvido. Las circunstancias enseñan a Pilar, la protagonista de Duermen bajo las aguas (1955), que, mientras haya vida, no debemos dejar que se apague la luz que nos habita. Que para sentir las cosas hay que experimentarlas, saberlas de primera mano. Que es una pena el no hablar a tiempo. Que hemos de prestar atención a los hechos insignificantes, pues puede que adquieran tono de aventura. Que se quiere siempre porque sí, porque cuando al cariño se le ponen condiciones, deja de ser tal. Y que «lo que envejece ni son los años ni las arrugas. Lo que nos hace viejos es el corazón. Si logras sentir siempre un afecto, si algo en la vida merece tu amor, tu admiración o entusiasmo…» (Kurtz, 1961: 243). No lo olviden. ♥ 


** Escribí este pequeño texto hace algún tiempo, inmediatamente después de finalizar la novela, cuya lectura compartí con mi amiga Rosa.

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