Momentos estelares de la humanidad.


En Momentos estelares de la humanidad, Stefan Zweig novela una serie de episodios que, aun siendo completamente anecdóticos, marcaron un antes y un después en la historia. Publicada por vez primera en 1927, esta obra contaba con cinco miniaturas históricas que fueron ampliándose hasta las catorce de la edición definitiva de 1940. Huelga decir que todas ellas están escritas con una prosa bellísima, con esa forma de narrar tan característica de Zweig en la que todo fluye y nada resulta tedioso.

 

En este sentido, mi episodio favorito es el dedicado a la «Resurrección de Jorge Federico Händel», en el que Zweig relata, con sumo apasionamiento, uno de los más delicados momentos en la vida de este compositor de obras inmortales. De hecho, el austríaco no sólo consiguió que imaginase perfectamente a Händel en la oscuridad de su habitación, completamente inmerso en la composición de El Mesías, sino que también me hizo sentir las emociones del estreno y el arrobamiento de quienes escuchan una obra genial. Asimismo, llamó mi atención su visión romántica e idealista de la creación artística, según la cual el artista queda completamente exhausto tras canalizar el dictado de una especie de instancia superior (este misterio de la creación se desarrolla también en «El genio de una noche», el relato que Zweig dedica a Rouget de L'Isle y La Marsellesa). Otras de las miniaturas que más estimé son «El momento heroico», en la que se narra el indulto del autor de Los hermanos Karamázov, y «La Elegía de Marienbad», relato en el que un Goethe ya anciano y herido de amor se comunica con la mujer amada a través de la poesía. 

 

 


 

Sin embargo, he de decir que el tratamiento que hace Zweig de los diferentes episodios históricos muestra muy a las claras sus preferencias personales –hay que ser un completo francófilo para considerar la composición de La Marsellesa como un momento estelar de la humanidad— y puede entreverse que únicamente se sirvió de fuentes francesas y anglo-germanas para la redacción de sus textos. Y es que Zweig elogia constantemente a estas naciones europeas al tiempo que dedica todos los adjetivos negativos al mundo hispánico, con lo cual sigue dando pábulo a esa injusta leyenda negra que tan bien trazaron los enemigos de la Hispanidad.

 

 

Así, en «Fuga hacia la inmortalidad» el austríaco sostiene el mito de que los españoles conquistaron América solamente con el objeto de saquearla y convertirla en poco menos que una prisión para verse «libre pronto de todos los inadaptados y de toda la peligrosa e indeseable chusma». Pues bien, si así fuera, ¿cómo es que España no dejó de construir en América todo tipo de infraestructuras (hospitales, escuelas, universidades, iglesias, carreteras...)? ¿Por qué instituyó el mestizaje como política de Estado? ¿Y por qué envió allí a sus mejores profesores? Desde 1538, España fundó en América un total de treinta y dos universidades cuyas puertas estaban abiertas a todos los españoles, fueran estos ibéricos, mestizos o indígenas. Por otra parte, España practicó una política migratoria muy selectiva que era controlada por la Casa de Contratación de Sevilla, desde donde se registraba minuciosamente la identidad, el oficio y el historial de quien se embarcaba hacia América.

 

 

En cambio, la ensalzada Inglaterra, la amada Francia o la querida Alemania de Zweig, ¿acaso hicieron algo más que explotar las riquezas de sus colonias mientras exterminaban o segregaban a la población indígena? ¿Es que los anglosajones iban a mezclar su sangre con la de los aborígenes? Fueron los ingleses quienes convirtieron a Australia en una auténtica prisión, sin olvidar que su política en las colonias se basó en el exterminio sistemático de la población indígena. Además, sólo construyeron siete universidades en sus colonias de América del Norte (la primera, la de Harvard, se fundó casi cien años después que la de Santo Domingo) y tres en el amplísimo y superpoblado territorio de la India, todo ello sin olvidar que la Gran Bretaña prohibió el acceso a la universidad a los católicos hasta 1829. Por otro lado, tampoco conviene perder de vista que el matrimonio interracial estuvo prohibido en los Estados Unidos hasta 1969. Aún así, Zweig dice, en la miniatura titulada «La lucha por el Polo Sur», que «ese Scott ha aparecido cien veces a través de la historia de Inglaterra; es él quien conquistó la India, las innumerables islas; él fue quien colonizó el África y libró batallas contra el mundo. Y siempre lo hizo con la misma conciencia colectiva, con el mismo rostro frío e impenetrable». A la luz de lo visto, ¿a qué conciencia colectiva se refiere?

 

 

Más datos: Francia conquistó Argelia en 1830 y no fundó la Universidad de Argel hasta 1909; los portugueses solo fundaron –y sin mucha prisa– dos universidades en África, y el total de universidades fundadas por el Imperio alemán en sus dominios asiáticos, africanos y oceánicos es igual a cero. Todo esto nos demuestra que Stefan Zweig atribuye a España los crímenes y defectos de todas aquellas naciones a las que ensalza. Por otro parte, Zweig no solo sostiene una visión ingenua de Europa, apelando a una supuesta cultura común, sino también una idea mítica de humanidad en tanto que unidad política, social y religiosa. Debido a ello, el austríaco lamenta profundamente, en «La primera palabra a través del océano», el que los textos escolares consideren «más importante la narración de guerras y victorias de generales y naciones aisladas, que los triunfos verdaderos, que benefician a toda la humanidad». Pero lo cierto es que la humanidad está fragmentada en diferentes sociedades, a menudo enfrentadas entre sí, y que son dichas sociedades las que operan a nivel histórico y geopolítico.

 

 

Por lo tanto, Momentos estelares de la humanidad es un libro en el que Zweig refiere una serie de episodios históricos de forma entretenida pero no siempre rigurosa. Una obra en la que, como en otras del autor, las mujeres son siempre (el austríaco utiliza este adverbio) las que siembran la discordia. Si hay algo que Stefan Zweig demuestra en este compendio es que un hecho completamente accidental, como el olvido de una puerta o la fatal indecisión de un solo hombre, puede cambiar irremediablemente el rumbo de la historia. 

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