Perder la sombra del árbol original.

 


En Cuaderno de memorias coloniales (2009), Isabela Figueiredo (Lourenço Marques, Mozambique, 1963) nos sumerge en un reflexivo recorrido por su propia historia familiar, un viaje personal e introspectivo que se entrelaza, inexorablemente, con el pasado colonial portugués en África. Mediante sus recuerdos, Figueiredo expone la violencia, la opresión y las injusticias cometidas por su patria durante la época colonial, elementos que marcaron de forma indeleble tanto a los colonizados como a los colonizadores. Y todo ese pasado, que la autora plasma con una prosa directa y descarnada, lo reviviremos a través de la mirada de una niña que va creciendo y comparando sus lecturas de Dickens con la realidad. De una niña que comienza a sentir que nació para generar un cambio y transgredir el orden establecido. De una niña que, en definitiva, soñaba con ser Helen Keller y no una dócil e inmóvil ameba. 

 

 

Helen Keller (1880 – 1968) fue la primera mujer ciega y sordomuda que obtuvo un título universitario. Dedicó su vida a la defensa de los derechos de las personas con discapacidad.

Con este escrito, Figueiredo busca no sólo poner en tela de juicio la historia edulcorada de su país, sino también sanar su alma lesionada por la complejidad de las relaciones paternofiliales y expresar el doloroso vacío de los exiliados, «de los que perdieron la sombra de su árbol original» (p. 172). Porque los años de racismo, segregación, esclavitud y nulo mestizaje, signos característicos de un imperialismo –que no imperio– como el portugués, se pagaron con sangre y con el exilio de personas que, como la autora, pasaron a ser seres sin identidad que sentían el rechazo de portugueses y mozambiqueños: «un desterrado es también una estatua de culpa» (p. 195).


 

«Lourenço Marques, en las décadas de los sesenta y setenta del siglo pasado, era un enorme campo de concentración con olor a curry» (p. 33).
 

Y, ojo, recordemos que todo esto pasó en los años sesenta y setenta del siglo XX. Por ello, no deja de resultar curiosa esa idea, tan extendida como falaz, de que «el hombre blanco», sea éste inglés, portugués, español… actuó del mismo modo en sus colonias. Si tomamos como ejemplo uno de los aspectos que se tratan en el libro, comprobaremos que el tratamiento de los portugueses hacia las personas negras en la segunda mitad del siglo XX dejaba mucho que desear. Por aquel entonces, los Estados Unidos actuaban de modo parecido: los matrimonios interraciales estuvieron prohibidos en aquel país hasta 1967. ¿Acaso estas lamentables situaciones tienen algo que ver con las Leyes de Burgos que el Rey Católico firmó ¡en 1512!? Si leemos, observamos y confrontamos, nos damos cuenta de que en modo alguno es lo mismo un imperio que un imperialismo, y que los imperios generadores (romano, español) nada tienen que ver con los imperios depredadores (británico, portugués…):


«Vengan a hablarme del colonialismo suavecito de los portugueses… Vengan a contarme la historia de los burros que vuelan» (p. 192).

 

En resumen, la editorial Impedimenta nos brinda la oportunidad de leer Cuaderno de memorias coloniales, un documento interesante para la reflexión y la puesta en perspectiva de la historia colonial.

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