Continúa tu viaje.



Estaba en la biblioteca y lo vi: un libro con una hermosa portada en la que no solo aparece una nutrida librería, sino también un simpático gato anaranjado. Afirmativo: el motivo principal por el que pedí prestado este libro fue por su belleza externa, pero, ¿qué fue lo que encontré entre sus páginas? 

 

El gato que amaba los libros (2022), de Sosuke Natsukawa, es una especie de fábula que rebosa, ante todo, un profundo amor hacia la literatura. Nos cuenta la historia de Rintaro, un adolescente japonés que, por diversos avatares, tiene que hacerse cargo de una librería de viejo situada en Natsuki. Un día, mientras Rintaro desempeña las tareas propias de su nuevo oficio, un gato atigrado entra en su local. Sin embargo, Tora no es un gato cualquiera y hará que la vida de Rintaro, un chico solitario y bastante pasmado (hikikomori, en japonés), cambie de forma sustancial.

 

«Los libros difíciles de entender han perdido su valor por esa simple razón. Todos quieren leer obras maestras de una manera ligera y agradable, como si estuvieran descargándose una recopilación de las canciones navideñas más populares. Quieren lecturas amenas y rápidas, y cuantas más, mejor» (pág. 105).

 

Uno de los pilares sobre los que se construye este libro es el de la admiración y respeto hacia las librerías de viejo, establecimientos que se erigen como auténticas fortalezas frente a la era de la inmediatez y del consumismo atroz. A este respecto, quiero aclarar que el narrador no vierte una crítica hacia quienes posean la capacidad de leer rápido, tal y como leí en alguna reseña, sino hacia una sociedad en la que todo tiene que ser rápidamente consumido y olvidado; en la que prima más la cantidad –y la rentabilidad económica, por supuesto– que la calidad, que las ideas que una obra literaria pueda contener.

 

«Y para los que no han tenido nunca un libro en las manos es tan sencillo como compilar un poco de información simple, como Los cinco principios del éxito, Las ocho claves para triunfar en la vida. Es incuestionable que quienes compren libros así no alcanzarán esos objetivos solo por leerlos, pero lo ignoran. En cualquier caso, la finalidad principal, que es vender libros, se habrá cumplido a la perfección» (pág. 163).

 

Además, en una época en la que «las personas suelen perder la capacidad de empatizar con el prójimo porque están inmersas en su estresante rutina diaria y sumidas en sus propios asuntos» (pág. 193), los libros se convierten en un auténtico bálsamo para generar empatía por cuanto su poder radica «en que nos enseñan a entender los sentimientos ajenos. (…) Al entrar en contacto con sus historias y sus palabras, nos identificamos con esas personas y podemos comprender sus sentimientos y conocerlas mejor. Y no solo hablo de las cercanas, sino también de las que viven en mundo distintos de los nuestros. Gracias a los libros, podemos sentir todo eso» (pág. 229). La postura que el narrador sostiene acerca del poder de la literatura me recordó a la expuesta por C. S. Lewis en La experiencia de leer. Un ejercicio de crítica experimental (1961).

 

 

«La literatura nos ayuda a mejorar nuestra comprensión de las personas, y éstas nos ayudan a mejorar nuestra comprensión de la literatura. Si no podemos escapar del calabozo, al menos podemos mirar a través de los barrotes. Mejor eso que permanecer en el rincón más oscuro, echados sobre el jergón» – C. S. Lewis.

Por otro lado, para comprender las ideas contenidas en las obras literarias se torna necesaria la relectura de las mismas, sin prisas, pues «perderse muchas cosas de la vida por ir demasiado deprisa es propio del ser humano. Si coges un tren llegarás más lejos, pero te equivocas si crees que así aumentarás tu conocimiento. Quien camina con pasos despreocupados por su propio pie ve las flores que bordean el camino y los pájaros posados en las copas de los árboles» (pág. 110). Este lento pero fructífero sendero permite que las miras del lector se abran a la realidad en toda su complejidad. No obstante, nada puede sustituir a la propia vida y «por muchos conocimientos que reúnas, si no piensas con tu propia cabeza y no caminas con tus propios pies, todo lo adquirido será en vano» (pág. 55), así que, «cuando termines de leer, será el momento de moverte» (pág. 56). Como ya escribió Miguel de Cervantes en el capítulo XXV de la segunda parte de Don Quijote de La Mancha, la gran novela de novelas: «el que lee mucho y anda mucho, vee mucho y sabe mucho».

 

En definitiva, El gato que amaba los libros es una novela muy recomendable para un público infantil-juvenil tanto por las interesantes y evidentes enseñanzas que atesora entre sus páginas, como por el tono mágico y entrañable de la historia narrada. Un canto de amor a la literatura que nos recuerda que en esta vida se requieren conocimientos y prudencia, pero también grandes dosis de arrojo. Por tanto, «no te conviertas en un espectador somnoliento que se lamenta porque las cosas no cambian. ¡Continúa tu viaje!» (pág. 234).

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