Compañeros de viaje.


Leer Compañeros de viaje (1870), de Henry James, supone un auténtico deleite para los sentidos. Y es que esta novela corta, publicada póstumamente en 1919, destila una enorme fascinación por Italia y sus excelsas obras de arte. La acción está narrada en primera persona por Mr. Brooke, un ciudadano estadounidense que relata sus vacaciones alrededor de Italia en 1869. Es allí donde entabla amistad con Mark Evans y su hija Charlotte, dos compatriotas suyos a quienes acompañará en sus viajes por la península itálica.

 

Entre tanta belleza y bajo el ardiente sol mediterráneo, Mr. Brooke no tarda en enamorarse de Miss Evans, una mujer tan bella como misteriosa: mientras los sentimientos de Mr. Brooke son tan cristalinos como el agua, los de la huidiza Charlotte son contraditorios y desconcertantes para su entusiasta cicerone (y para el lector). Ante la contemplación de La última cena de Leonardo da Vinci, obra con la que se inicia el relato, Mr. Brooke diserta sobre la belleza de los vacíos, esto es, de aquellos fragmentos perdidos cuya imaginación se deleita en reconstruir. Del mismo modo, Miss Evans se presenta ante él como un hermoso e imponente lienzo cuyas lagunas ha de ir supliendo poco a poco. Sin embargo, un inesperado suceso acaecido en Padua amenaza con destruirlo todo.

 

Compañeros de viaje no es solo una historia de amor, sino también un apasionado canto al arte. Milán, Verona, Mantua o Venecia son algunas de las ciudades que Mr. Brooke recorre –¡cómo no!– con un volumen de Stendhal en el bolsillo, siempre al borde del colapso ante la contemplación de tantas y tan admirables obras artísticas. Si vosotros también sentís cierta pasión por la Historia del Arte, indudablemente comprenderéis las emociones que embargan al protagonista ante tanta belleza y disfrutaréis enormemente con los entusiastas e inteligentes juicios que el narrador emite sobre El rapto de Europa de Veronese o el Baco y Ariadna de Tintoretto, entre otras obras. Por otra parte, el narrador menciona dos novelas cuya trama también transcurre en Italia: La última Aldini, de George Sand, y La hija de Rappacini, de Nathaniel Hawthorne. Queda fuera de toda duda el amor por lo italiano que destila este bello relato, que está escrito con una prosa tan suelta, vívida, luminosa y colorida como la pincelada de un Tiziano

 


 

Lo cierto es que disfruté enormemente de este relato y no sólo porque me fascina la Historia del Arte, sino también porque compartí su lectura con mi compañero de viaje –y de vida– durante una pequeña escapada por el noreste de España. Una joya breve y especial que, desde luego, ya ocupa un huequecito en mi corazón. Creo que Compañeros de viaje os encantará si sois unos auténticos amantes del arte y queréis contemplar la bella Italia a través de los ojos de un hombre apresado por el síndrome de Stendhal.

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