Luces, de Anton Chéjov.

 

La inquietud existencial siempre ha perseguido al ser humano, el cual siempre intentó afrontar, por diversas vías, las cuestiones que lo atormentaban. Pero esas vías no siempre conducen a respuestas satisfactorias y plenamente concluyentes, sino más bien a breves destellos de luz de contornos ciertamente indefinidos. Es por ello por lo que el innominado narrador de Luces (1888), tras asistir a la disputa existente entre un ingeniero y su ayudante acerca del sentido de la vida, dice que no se lleva consigo ni una sola respuesta. Dicho enfrentamiento tiene lugar durante una noche oscura, en un terraplén en el que únicamente se erigen los barracones de los trabajadores de una línea férrea en construcción.


No cabe mejor ambientación que la que Anton Chéjov propone en este cuento para ilustrar la incertidumbre de los personajes, seres que viven inmersos en las sombras, en busca de respuestas que no pueden alcanzar por cuanto las vías están en construcción, son intransitables. Asimismo, el ferrocarril es uno de los símbolos de las reformas que se llevaron a cabo en la Rusia del siglo XIX para desarrollar la industria y así paliar las debilidades que mostraba el país frente a las potencias europeas occidentales, atrasos que quedaron al descubierto tras la Guerra de Crimea (1853 – 1856). Este conflicto bélico vino a potenciar el clima sumamente angustioso, fatalista y convulso en el que permanecía inmersa la sociedad rusa, muchos de cuyos miembros abrazaron las corrientes filosóficas occidentales como respuesta a los problemas de su patria. Una de las corrientes que más impacto tuvo en la Rusia decimonónica fue la del nihilismo, que se alzó contra el despotismo político y la moral imperante.


El joven von Stenberg, ayudante del ingeniero, parece adscribirse a estas ideas: por su cabeza rondan insistentemente los conceptos del sinsentido de la vida y la inevitabilidad de la muerte. El ingeniero Anániev, quien antaño pensaba como su ayudante, intenta hacerle ver lo pernicioso de estas ideas sosteniendo que tan sólo pueden conducir a la congelación: las artes y el conocimiento no tendrían lugar porque se considerarían algo fútil; porque si nada tiene sentido y todo va a desaparecer, ¿para qué escribir una gran novela o desarrollar un notable descubrimiento médico, por ejemplo? Por otra parte, si se considera que la vida no atesora significado alguno, la personalidad individual quedaría anulada  –el otro se convierte en un mero ente sin sentimientos, destinado también a convertirse en polvo– y la violencia estaría justificada. Von Stenberg, de forma desdeñosa, responde que «nuestras ideas no procuran a nadie ni frío ni calor» (p. 26), a lo que el ingeniero objeta que así sería si viviesen como anacoretas. Pero viven en sociedad, arrasando todo a su paso con su exacerbado fatalismo. Para ejemplificar esta tesis, Anáiev narra su historia con Natalia Stepánovna, Kisochka, una bella dama a la que conoció en su juventud. 

 

«La recuerdo como una colegiala menuda y delgada de quince o dieciséis años (…) ¡Qué muchacha tan encantadora! Paliducha, frágil, aérea; parecía como si el simple aliento pudiera hacerla volar como una pluma hasta el mismo cielo; su rostro era dulce y expresaba perplejidad; tenía manos pequeñas, cabellos suaves que le llegaban hasta la cintura y talle de avispa; en definitiva, una criatura etérea y transparente como la luz de la luna» (pp. 39 - 40). Imagen: Renoir, Mujer joven trenzándose el pelo, 1876. Fuente: Wikipedia.

 

El recuerdo de esta relación entre Anáiev y Kisochka constituye el núcleo del cuento. En este punto, se nota que Anton Chéjov era médico, pues muestra un soberbio conocimiento de la naturaleza humana: disecciona de forma tal el alma de sus personajes, que estos parecen de carne y hueso. Me conmovió el personaje de Kisochka, una mujer completamente desilusionada y desencantada sentimentalmente que permanece atrapada en la monotonía de la vida cotidiana. Una mujer que es presa no sólo del vacío existencial, sino también de la moral y las convenciones sociales:


«Nuestras muchachas y mujeres educadas no tienen nada que hacer. No todas pueden cursar estudios o convertirse en maestras; en definitiva, vivir de acuerdo con ciertos fines o ideales, como los hombres. Tienen que casarse... (…) Casadas o solteras, las mujeres se ahogan» (pp. 48-9).

 

Por ello, Kisochka se debate entre el deseo de cambiar su destino y la resignación ante un mundo hostil e indiferente:


«Cada cual debe resignarse a lo que el destino le ha deparado, pero no la condeno ni la culpo... ¡A veces las circunstancias son más fuertes que las personas!» (p. 48).

 

Porque Kisochka, al igual que Anánin y Stenberg, tiene sus claroscuros y sus contradicciones, y precisamente esto es lo que les confiere suma verosimilitud. Además de la desesperanza y la alienación, en este cuento se habla del relevo generacional, de la fugacidad de la vida y del anhelo de eternidad. Por otra parte, no quiero dejar de resaltar el preciso y bello modo en el que Chéjov integra el paisaje dentro de la trama con el objeto de resaltar su desolación y pesimismo.


Con este cuento, Chéjov nos brinda unas pocas páginas llenas de melancolía en las que explora las profundidades y las contradicciones del alma humana. Al igual que el narrador, el lector debe seguir su camino, aceptando la naturaleza efímera de la existencia, así como la incertidumbre y la complejidad de la vida. Y, sobre todo, teniendo en cuenta que el pensamiento que cada cual tenga sobre la muerte determinará sumamente el modo en el que viva.



🐝🌻 Reseña del libro Luces (Ogni, 1888), de Anton Chéjov. Traducido al español por Víctor Gallego para la Editorial Alba (Colección Brevis, 2011). ISBN: 978-84-8428-603-5. Páginas: 95.

 

Anton Chéjov (1860 - 1904). Imagen: Wikipedia.

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