Lo que pasa en primer y segundo plano.

Algunos libros siguen siendo tan actuales como lo eran cuando vieron la luz por cuanto diseccionan, con precisión quirúrgica, la naturaleza del ser humano. Mientras escribo estas primeras líneas, viene a mi memoria un fantástico libro titulado La historia empieza en Sumer (1956), donde el arqueólogo Samuel Noah Kramer demuestra que el sumerio, salvando las evidentes distancias en cuanto a lengua, medio y tecnologías, fue un pueblo con unas preocupaciones y conflictos muy semejantes a los de las sociedades modernas. El tiempo discurre de forma inexorable, pero la esencia del ser humano permanece prácticamente sin alteraciones.

 

 

En El honor perdido de Katharina Blum (1974), el alemán Heinrich Böll, Premio Nobel de Literatura en 1972, nos presenta a una joven alemana de veintisiete años de edad que trabaja como asistenta en varios hogares. Katharina se caracteriza por ser una persona metódica, reservada y trabajadora, cualidades que le permitieron reorganizar una existencia deteriorada por una infancia difícil y un matrimonio fracasado. Además, esta mujer goza del reconocimiento y la estima de su entorno. ¿Quién iba a pensar que una sola noche bastaría para trastocar el orden que con tan arduo esfuerzo había conseguido y para destruir la intachable imagen que de sí misma había forjado?  

 

No parece casual el que el desmoronamiento de su vida se inicie durante una mascarada, ya que, tras los interrogatorios policiales, la prensa amarilla se encarga de envolver a Katharina en un disfraz capaz de ocultar la realidad de los hechos a los ojos del mundo. Y he aquí el tema fundamental de la novela: los procedimientos periodísticos de la prensa sensacionalista y su impacto sobre los individuos. Así, Katharina Blum asiste al modo en que Tötges, reportero del PERIÓDICO, vulnera su derecho a la intimidad y al honor; distorsiona intencionadamente los sucesos acaecidos mediante exageraciones, manipulaciones y engaños; publica sus fotos y las de sus familiares, amigos y conocidos; y la calumnia vilmente para causar impacto en los lectores. La bajeza con la que actúa Tötges es tal que, incluso, llega a infiltrarse en la habitación de una persona gravemente enferma para obtener más material que publicar. La protagonista es también consciente de que todo el mundo lee el PERIÓDICO, pues el morbo capta audiencia. ¿Acaso no vemos cómo ciertos medios de comunicación en la actualidad –no sólo en el ámbito de la prensa– utilizan las tácticas de Tötges para aumentar su público y, con ello, sus beneficios? De hecho, algunos individuos pactan tácitamente con los medios ser el foco de calumnias y deformaciones con el objeto de enriquecerse, sin olvidar a todos aquellos que, como los hombres que telefonean a Katharina para denigrarla, se esconden bajo el anonimato para vituperar a otros en las redes sociales. 

 

En la novela advertimos cómo la audiencia acepta de forma más o menos acrítica todo lo que ocurre en un primer plano, pero vive ajena a todo lo que se gesta en un segundo plano: el caos y el dolor están apoderándose de Katharina Blum –y también de su entorno–. La pérdida de su intimidad y honor, así como la desprotección que siente por parte de quienes se supone que deberían velar por sus derechos, puede que la conduzcan a planear los peores actos de violencia...


Fotograma de la adaptación cinematográfica de 1975 (V. Schlöndorff y M. von Trotta).

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