Una comunidad de sentimientos irrepetible.
Persuasión (1818), de Jane Austen, es una novela de corte introspectivo cuya trama se cuece a fuego lento. Poco a poco, el lector irá sintiéndose arropado por el calor que desprende el corazón de la protagonista, Anne Elliot, y será partícipe del fluir de las ansiedades, los temores, los buenos pensamientos y, sobre todo, del abnegado amor de esta joven.
Anne Elliot es un
personaje realmente encantador: una chica serena, sumamente dulce y
poseedora de una gran capacidad de observación. Tiene veintisiete
años de edad, está soltera y vive envuelta en la dulce fragancia de
un sentimiento profundamente arraigado, que no es otro que un amor de
juventud inolvidable: una comunidad de sentimientos irrepetible. Sin
embargo, la breve e intensa relación que Anne mantuvo con Frederick
Wentworth se vio truncada no sólo por la desaprobación paterna,
sino también por el carácter persuasivo de lady Russell, quien
ocupó, en cierto modo, el lugar de la desaparecida madre de las
hermanas Elliot. Los motivos de tal oposición no fueron otros que
los prejuicios de clase, tan importantes en una familia vanidosa que
concede suma importancia a las apariencias. Esto no era una excepción
en la sociedad británica de la época, si bien en la novela
comenzamos a advertir cambios: quienes ostentan títulos nobiliarios
hereditarios contemplan, no siempre con agrado, el modo en el que individuos pertenecientes a las clases baja y media, gracias a sus méritos
personales, ascienden en la escala social.
Anne terminó por
renunciar a Frederick, si bien éste permaneció siempre en su
corazón, un corazón bondadoso que no guarda rencor ni es presa de
la envidia, que olvida los agravios porque su única guía es el
amor. Este es uno de los aspectos que más admiré de la
protagonista, ya que, a mi modo de ver, encarna el auténtico perdón
cristiano. En la novela también puede advertirse que, cuando se
trunca el amor, las mujeres lo tienen doblemente difícil para
rehacer sus vidas y que, independientemente del camino que tomen, son
siempre pasto de la maledicencia. La narradora afirma que el público
siempre «está tan dispuesto a sentirse irrazonablemente
descontento cuando una mujer no se vuelve a casar como cuando sucede
lo contrario». La novela también
atesora importantes reflexiones, entre otras, sobre la maternidad y
sobre los peligros que entraña la literatura para quienes terminan
confundiendo la ficción con la realidad, tema que Jane Austen trató
admirablemente en La abadía de Northanger.
Cierro este libro con unas ganas inmensas de leer alguna de las otras historias escritas por esta gran autora.
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