Recuerdos en el desván.

Todo comenzó hace unos días. Tras tomar una buena taza de café para combatir el frío de los últimos días otoñales, mi madre y yo fuimos al desván en busca de la decoración navideña. Y fue allí, entre maletas y objetos diversos, donde apareció una caja con algunas de mis libretas y libros del colegio. Evidentemente, quisimos echar un vistazo a su contenido, que nos hizo sonreír en no pocas ocasiones (en uno de los ejercicios nos preguntaban acerca de nuestro programa de televisión favorito y yo respondí que Hostal Royal Manzanares. ¡Qué tiempos y cuánto me reí con Lina Morgan!). 

 

Berthe Morisot, Leyendo, 1888.

 

Me hizo especial ilusión encontrar unas hojas pautadas en las que mi yo de siete años iba anotando todas sus lecturas junto a la fecha correspondiente, una actividad que sigo manteniendo a día de hoy. La vida de los animales, Hansel y Gretel, Blancanieves y los siete enanitos, La fábrica de nubes... son algunas de las maravillosas historias con las que comencé a convertirme en la lectora empedernida que soy en la actualidad.


Mi madre me cuenta que siempre fui una ratoncita de biblioteca y que debí heredar esta pasión de mi abuela, a la que siempre recuerdo leyendo una novela tras otra. Los libros siempre fueron mi refugio, unos excelentes compañeros de viaje con los que recorrí mil escenarios y me puse en la piel de infinitud de personajes. Sin embargo, cuando termina la historia hay que moverse, vivir y experimentar, pues la ficción literaria nos ayuda, por muy paradójico que resulte, a comprender mejor la realidad. Y así es como veo los libros: no como muros que te aíslan en una cárcel de sueños, sino como lámparas que iluminan un poquito más el camino que hemos de recorrer. 


En este espacio quiero seguir compartiendo mis listas de lecturas, impresiones sobre los libros que vaya leyendo y todo aquello que tenga que ver con el maravilloso mundo de la literatura.

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