Me recuerda usted tanto a una nube...


 

Si hay algo que me encantó de La casa del páramo (1850), de Elizabeth Gaskell, es su cautivador y evocador inicio. Mediante unas pocas líneas de cromáticas y fragantes descripciones, el lector recorre la distancia que separa Comberhurst del hogar de los Browne, situado tras un sendero por el que hay que descender como la alondra desciende del cielo a su nido, oculto entre los brezales. En dicha casa habitan los hermanos Maggie y Edward, su madre y una sirvienta llamada Nancy.

 

Desde el comienzo, los hermanos Browne se perfilan como caracteres contrapuestos. Edward es un muchacho engreído y mezquino que trata a su hermana con sumo desprecio, como si se encontrase ante un ser inferior. Su madre, lejos de censurarla, alienta en todo momento esta tiránica actitud: los deseos de su hijo constituyen para ella la ley de más alto rango que pueda existir. Por su contra, Maggie es una niña de corazón bondadoso, trabajadora y muy familiar, y esto último a pesar del constante desprecio que recibe tanto por parte de su hermano como de su madre. En este sentido, podría decirse que Maggie no sólo es huérfana de padre, sino también de madre, pues ésta no le prodiga el calor y afecto que tanta falta le hacen. La pobre criatura sólo encuentra consuelo y cariño en la entrañable Nancy y, por supuesto, en la señora Buxton, esposa de un amigo de su desaparecido padre.

 

La comprensiva y condescendiente señora Buxton intenta dirigir a Maggie mediante maneras tan dulces como pedagógicas, mostrándole el heroísmo diario de aquellos cuyos nombres jamás se enaltecen. Sus enseñanzas terminan por calar hondo en la niña, del mismo modo que el rocío de la mañana lo hace sobre la tierra. Y la señora Buxton no podrá evitar expresar su alegría ante los progresos de su protegida y su tristeza cuando la pequeña lo está, de ahí que Maggie, al percatarse de tal comunión de sentimientos, le confiese esta bella ocurrencia: «Me recuerda usted tanto a una nube […]. Allí arriba, en el espino, es curioso ver las formas que adoptan las nubes según los cambios de mi estado de ánimo». Gracias a estas enseñanzas y a su afán de superación, Maggie se mostrará cada vez más reticente a aceptar todo lo que Edward le pide, negándose a hacer aquello que contravenga a su conciencia. Además, achaca los defectos y la vida licenciosa de su hermano a la falta de una figura paterna, por lo que cree que se podrán reformar sus conductas mediante la paciencia y el amor. Sin embargo, el egoísmo y la maldad de Edward sólo se acentúan con el tiempo, contrastando no sólo con el buen juicio y la incansable generosidad de su hermana, sino también con el espíritu bondadoso y elevado de Frank Buxton, un joven que jugará un importante papel en una trama que resuelve, a mi modo de ver, de una forma precipitada y poco verosímil, rompiendo así la sintonía general de la novela.

 

Por otro lado, y pesar de la pequeña evolución que experimenta Maggie, los personajes que pueblan esta novela son bastante planos y representan caracteres muy polarizados: en este escrito es todo blanco o negro, sin una escala intermedia y variada de grises. No obstante, La casa del páramo, libro que fue publicado como cuento de Navidad en 1850, no sólo muestra al lector las fatales consecuencias de llevar una vida completamente alejada de la virtud, sino que también pone en entredicho a una sociedad en la que las cuestiones socioeconómicas y las apariencias priman sobre cualesquiera otras, incluido el amor. También habla sobre el dolor de la pérdida, la importancia del amor en la educación de los niños y de la capacidad del dinero para corromper a los hombres.

 

Dado su bello inicio, pensaba que iba a sentir un auténtico flechazo lector con Elizabeth Gaskell. Aunque no ha sido así, seguiré ahondando en su estilo e historias, pues tengo en mi librero dos obras más de la autora: Cranford y Norte y sur. En cuanto las lea, os contaré mi experiencia.

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