Entretejer los recuerdos con el hoy.

Entretejer los recuerdos con el hoy y las narraciones propias con las ajenas...

 

Comparto la reseña de Lo raro es vivir, de Carmen Martín Gaite, que publiqué justo hace un año en mi Instagram y en mi antiguo blog. 🍂 

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Aunque terminé de leer este libro a principios de enero, aunque ya lo devolví a la biblioteca para que sea otro lector quien lo explore y viva, no me decidí hasta hoy (18 de enero de 2023) a escribir algo acerca del mismo, a contar lo que de él quedó enredado en mi memoria. Mientras siento el repiqueteo del granizo contra la ventana y me resguardo de los fuertes vientos que la borrasca Fien ha diseminado por toda la península ibérica, vuelvo a pensar en la protagonista de Lo raro es vivir (1996), una mujer de treinta y cinco años que vive su borrasca particular tras el fallecimiento de su madre. Estas tempestades hacen que la protagonista, una historiadora del arte que investiga sobre un peculiar personaje dieciochesco, vaya por la vida sin rumbo propio: como no desenrede pronto los cables de su sistema, corre el peligro de sufrir un cortocircuito. Sin embargo, para desembrollar un caos hay que tirar de ciertos hilos y observar atentamente por dónde discurren, una tarea que no todos están dispuestos a afrontar, no vaya a ser que dichos hilos desemboquen en rutas plagadas de fantasmas debidamente señalizados, cada uno de ellos con su nombre y apellidos. 

Resulta más fácil transitar por la superficie, intentar elaborar y creerse una narración sobre uno mismo llena de dobleces, una construcción endeble por cuanto los bloques se apilan sin más, sin una argamasa que los una. Pero cal, arena y agua no son los ingredientes de este tan necesario conglomerado, sino otros muy especiales: los recuerdos, que permanecen ocultos bajo las sombras del bosque. Solamente así, perdiéndose entre la frondosidad de los árboles, atreviéndose a mirar lo que allí se está corrompiendo, puede afrontarse el caos interno, atar cabos y darle forma. Este viaje permitirá entretejer los recuerdos con el hoy y las narraciones propias con las ajenas, sacando a la luz ese perfil cambiante, esa visión caleidoscópica que caracteriza a cada hombre y que no casa muy bien con el nicho en el que pretenden que cada uno se inserte. No es casual el que los expertos en mercadotecnia utilicen el término «nicho de mercado», pues las personas deben encajar en un determinado nicho cual estatuas o, lo que es casi lo mismo, como cadáveres. Venden la ilusión del futuro, que no es más que el encontronazo con la muerte. Mientras tanto, lo raro es vivir.  

El camino de la protagonista (que no nos revela su nombre hasta que lleva narrando un buen rato: no en vano nombrar es hacer la luz, salir del caos) consiste en aceptar que hay cosas que ya no volverán, que los recuerdos hay que saber bordarlos sobre el presente para que no nos sepulten bajo los escombros del pasado; que el delgado muro que separa la vida de la muerte puede quebrarse en cualquier momento; que los amores languidecen en el momento en que pretendes eternizarlos forzosamente; que tenemos que contarle a alguien nuestro cuento para saberlo bien, porque se recuerda más a una persona por lo que dijo que por cualquier otro aspecto; y que, como ya advirtió Heráclito de Éfeso, todo fluye y se transforma continuamente.  

La otra opción es actuar como don Luis Vidal y Villalba, el personaje sobre el que gira la tesis doctoral de la protagonista: ocultar nuestras mudanzas físicas e internas sin comprender cómo nos afectan, inmiscuirnos en la vida y los problemas de los demás para huir de los nuestros, así como para paliar el tedio que supone el no tener nada que narrar. Pero esta senda es peligrosa, pues puede conducirnos a aquel lugar en el que ya no existe la posibilidad de contar nada. A aquel lugar en el que, como escribió la protagonista a su abuelo, ya no funciona servicio postal alguno. 

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