En nuestras creaciones vive la libertad.

 


En Jojo, historia de un saltimbaqui (1982), el alemán Michael Ende nos presenta a los integrantes de una compañía circense que viajan junto a Eli, una niña con discapacidad intelectual a la que rescataron del abandono y a la que profesan gran cariño. Sin embargo, estos artistas, que antaño deslumbraran al público con sus números de saltos, risas y magia, no atraviesan su mejor momento, ya que ni siquiera disponen de caballos para mover sus carromatos. Esto hará que se vean envueltos en una situación harto compleja con los propietarios del solar –una empresa de productos químicos– en el que permanecen anclados, quienes les ofrecen una carrera rebosante de éxitos a cambio de un módico precio: renunciar a sus ideales… y a Eli.

 

Es escaso el tiempo que tienen para tomar una decisión y, en esos instantes, la trama se interrumpe para viajar a un mundo de fantasía que no es más que una alegoría de lo que están viviendo los famélicos artistas: una alegoría del mundo (el País del Mañana) y de las élites que ostentan el poder (la araña Angramain), capaces de mover con sus hilos a las marionetas que trabajan para mantener todos los engranajes en funcionamiento. Cuando Angramain conquista el País del Mañana, transforma el bello y fecundo territorio en un jardín terrible dominado por el poder y la avaricia; en un lugar donde sólo se valora aquello que tiene una utilidad inmediata. Todo lo demás, como el amor, la libertad y el impulso creativo, se considera inútil y, por tanto, prescindible, no vaya a ser que alguien se de cuenta de que es malo aquello que le venden por bueno y decida huir de la inmensa tela de araña, confeccionada con el miedo, en la que lo mantienen atrapado:

 

 

«Orden perfecto, sin posible escapatoria: todo está pensado y calculado, la red es irrompible, pues está urdida con miedo. Miedo y astucia confirman el poder de Angramain» (p. 122).

 

 

De este modo, y aunque alguien quiera escapar, lo tiene muy difícil. La araña enseguida moverá los hilos de las mayorías para aniquilar al que dice NO:

 

 

«Aunando esfuerzos, entre todos se aniquila al solitario (…). Quien no come, será comido» (p. 84).

 

 

Pero eso es lo que cuenta Michael Ende en esta breve, bella y desoladora obra teatral. Cualquier parecido con la realidad, ¿es pura coincidencia?

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