Olor a leña, manzanas asadas y tortas de azúcar.

 


Paulina (1969), de Ana María Matute, es un cuento con olor a leña, manzanas asadas y tortas de azúcar. Su lectura me hizo sentir añoranza de los lejanos días transcurridos en la casa de mis abuelos, de aquel tiempo en el que me dedicaba a jugar y correr por los prados, con las montañas como majestuosas espectadoras, para después merendar al calor de la cocina de carbón. Porque, en efecto, si hay algo que destila esta hermosa narración es una honda nostalgia del tiempo pasado, especialmente de la infancia y de todas aquellas cariñosas voces que ya no son más que un eco distante en nuestra memoria.

 

El cuento está narrado en primera persona por Paulina, una huérfana que vive en una ciudad del norte de España bajo la tutela de su intransigente tía Susana. Tras superar una dura enfermedad, los médicos recomiendan que Paulina pase una buena temporada junto a sus abuelos, quienes viven en un solitario pueblo de las montañas, para que se restablezca por completo. Allí no solo se convierte en la guía y mejor amiga de Juanín, un muchacho pobre y ciego, sino que también descubre las duras aristas de la realidad y, con ello, comienza a abandonar la infancia para entrar en la madurez.

 

Son muchas las enseñanzas que Paulina recibe en este entorno rural, como, por ejemplo, la importancia de no dejar de hacer el bien y de ayudar a quienes más nos necesitan. Hay situaciones injustas y dolorosas, como la ceguera de nacimiento de Juanín, pero Paulina descubre enseguida que puede hacer que la vida de su amigo sea mucho más llevadera. En este punto, he de decir que la tierna amistad que surge entre los dos niños me recordó, inevitablemente, a la que mantienen Nela y Pablo en Marianela, de Benito Pérez Galdós.

 

Asimismo, la muchacha aprende, de la mano de personajes como Marta, Lorenzo y María, que no siempre querer es poder, que la realización de nuestros más fervientes anhelos no depende única y exclusivamente de nuestra voluntad, sino también de otras circunstancias que, en muchas ocasiones, están fuera de nuestro control. Por otro lado, se habla de lo fundamental que es saber bordar los recuerdos sobre el presente para que no nos sepulten y de cómo los seres humanos no prestamos la debida importancia a la belleza de lo cotidiano.

 

En definitiva, Paulina es un hermoso cuento que, tanto por la descripción de los parajes y construcciones, como por el uso del diminutivo -ín (Juanín, Miguelín) y del aumentativo -ona (Felisona), bien podría estar ambientado en mi tierra natal, Asturias. Cierto es que en esta historia no encontramos nada nuevo ni en cuanto a la trama, ni en cuanto al mensaje, pero, ¿y lo bien que narra Ana María Matute? 💙

Comentarios

Entradas populares