La inmolación de la Naturaleza.


«He aquí, sabiamente sintetizado, el gran error de nuestro tiempo. El hombre se complace en montar su propia carrera de obstáculos. Encandilado por la idea de progreso técnico indefinido, no ha querido advertir que éste no puede lograrse sino a costa de algo. De ese modo hemos caído en la primera trampa: la inmolación de la Naturaleza a la Tecnología» (p. 80).

 

El 25 de mayo de 1975, Miguel Delibes tomó posesión de la silla «e» de la Real Academia Española con un lúcido discurso titulado El sentido del progreso desde mi obra. Posteriormente, esta disertación, que condensa el pensamiento ecológico del vallisoletano, fue reorganizada en once capítulos y publicada bajo el título Un mundo que agoniza (1979), libro que cuenta con ilustraciones de José Ramón Sánchez. Aunque han transcurrido cuarenta y nueve años desde que el gran Delibes pronunciara aquel discurso, sus palabras siguen resonando en la actualidad por cuanto los problemas que denuncia no solo siguen vigentes, sino que parecen agravarse día tras día.

 

«La Medicina, pese a sus esfuerzos, no ha conseguido cambiarnos por dentro; nos ha hecho más pero no mejores. Estamos más juntos –y aún lo estaremos más– pero no más próximos» (p. 38).

 

A lo largo de sus páginas, Delibes nos brinda una brillante reflexión sobre el concepto de progreso. Si buscamos el término en el diccionario de la lengua española, comprobaremos que la entrada «progreso» se refiere a la «acción de ir hacia adelante». Sin embargo, el vallisoletano plantea a los oyentes si puede calificarse como tal a la brutal agresión a la Naturaleza que las sociedades supuestamente civilizadas perpetran mediante una tecnología desbridada; al consumismo descontrolado de un tercio de la humanidad «mientras los otros dos tercios se mueren de hambre» (p. 25); al completo abandono del medio rural, que no ha sido «sustituido por nada, al menos, por nada noble» (p. 151); y a la alienación del hombre, cada vez más tendente a padecer «afecciones psíquicas como la ansiedad, la angustia, la tensión» (p. 139). Sobre este último punto, Delibes nos dice:

 

«La difusión de consignas, la eliminación de la crítica, la exposición triunfalista de logros parciales o insignificantes y la misma publicidad subliminal, van moldeando el cerebro de millones de televidentes que, persuadidos de la bondad de un sistema, o simplemente fatigados, pero, en todo caso, incapacitados para pensar por su cuenta, terminan por hacer dejación de sus deberes cívicos, encomendando al Estado-Padre hasta las más pequeñas responsabilidades comunitarias. En este mismo sentido actúa la organización del trabajo (…). La rutina laboral genera el gregarismo en los ocios, de forma que todos los hombres se procuran análogas distracciones y unos mismos estímulos, por lo general, no fecundadores, ni liberadores, ni enaltecedores de los valores del espíritu. El hombre, de esta manera, se despersonaliza y las comunidades degeneran en unas masas amorfas, sumisas, fácilmente controlables desde el poder concentrado en unas pocas manos» (pp. 59 a 61).

 

Aunque tildada en su momento de reaccionaria y pesimista, la postura que expone Miguel Delibes en este discurso –y en su obra literaria– considero que es sumamente visionaria. Por ejemplo, contempla la posibilidad de una guerra o desastre biológico «por accidente» (p. 69): ¿acaso no nos recuerda esto a cierto suceso reciente que, según parece, se produjo por accidente, por un error de laboratorio? También habla sobre la obsolescencia programada, ya que el desarrollo actual «requiere una constante renovación para evitar que el monstruoso mecanismo se detenga» (p. 48), y llama la atención sobre el vacío existente entre técnica y ley, que «acrecienta nuestro desvalimiento al tiempo que aumentan el desasosiego y el miedo» (p. 75). En una época donde la invasión de la privacidad y la ciberdelincuencia están a la orden del día, ¿no es esto realmente clarividente? Recordemos que el autor pronuncia su discurso en 1975, cuando todavía no existían internet ni las redes sociales, y puntualiza: «¿no serán los Estados los primeros interesados en tolerar tales aberraciones si el uso de las técnicas mencionadas viene a consolidar su autoridad y poder?» (p. 76).

 

Estos son algunos de los aspectos que Delibes desarrolla en su genial discurso y que despojan al progreso de su dorada apariencia. Entonces, ¿está el escritor en contra del progreso y de la técnica? ¿Qué es el progreso para el vallisoletano? ¿Es realmente reaccionaria su obra? ¿Y qué soluciones propone para no terminar «en los mundos de pesadilla de Huxley y Orwell» (p. 75)? El lector sólo tiene que sumergirse en la lectura de este texto para descubrir, parafraseando el título de una de las novelas más conocidas del autor, «el camino» que Miguel Delibes propone recorrer. 

 

 

«Un pueblo sin literatura es un pueblo mudo». Fotografía: Fundación Miguel Delibes.💙
 

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